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Luego Ester habló nuevamente con el rey y, echándose a sus pies, le suplicó que anulara la malvada orden de Amam y todo lo que había hecho contra los judíos. El rey tendió hacia Ester su cetro de oro. Ella se levantó, y de pie ante él dijo:

—Si a Su Majestad le parece bien, y si realmente Su Majestad me quiere, que se escriba una orden que anule las cartas que Amam envió, en las que se ordenaba exterminar a los judíos que hay en el reino.

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